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Bienvenidos y bienvenidas a nuestro blog acerca de los Cuentos Tradicionales y sus adaptaciones.

¡Esperamos que os guste y que sea de vuestro interés!

sábado, 10 de mayo de 2008

SHREK


Esta película ha tenido mucho éxito debido a la adaptación que hace de todos los cuentos populares más conocidos como son: Caperucita Roja, lo Tres Cerditos, El Gato con botas….. y también por ofrecer otra versión de los cuentos de hadas que estamos acostumbrados a ver.

Es una película divertida y muy entretenida apta para el disfrute de toda la familia.


viernes, 9 de mayo de 2008

Adaptación del soldadito de plomo

Había una vez veinticinco soldados de plomo con un bonito uniforme azul y rojo y un fusil al hombro. Vivían metidos en una caja de madera y se aburrían un poco. Un día oyeron una voz de niño que decía:

- ¡Hala! ¡Soldados de plomo!

Era la voz de Carlos, quien había recibido los soldados como regalo de Navidad. Enseguida los sacó de la caja. Todos eran exactamente iguales menos uno, que, aunque sólo tenía una pierna, se mantenía firme como los demás.

A su lado también había más regalos, pero muy pronto el soldado de plomo se fijó en una bailarina que levantaba con gracia un pie para dar a entender que estaba bailando.

"También le falta una pierna, como a mi. Es la mujer que me conviene - pensó el soldadito de plomo -. La quiero conocer, ¡es tan guapa!"

El soldadito estaba detrás de una caja sorpresa desde donde podía contemplar a la bailarina. Al llegar la noche, Carlos guardó todos los soldaditos excepto a él, porque no lo vio. Y, aprovechando que toda la familia dormía, los juguetes empezaron a divertirse.

De la caja sorpresa salió un muñeco verde que, al ver al soldado mirar a la bailarina, le dijo:
- Soldadito de plomo, ¿por qué en vez de mirar a la bailarina no miras el tipo que tienes?
Pero el soldadito no hizo caso y siguió mirando a la bailarina.
- Bueno, bueno, ya verás mañana - dijo el malvado muñeco.

Al día siguiente Carlos puso el soldadito en la ventana. No se sabe bien si por el viento o porque el muñeco de la caja- sorpresa cerró la ventana, el soldadito cayó a la calle.

- Mira, un soldado de plomo - dijo un niño que pasaba por la calle.
- Le haremos navegar - dijo su amigo -. Le meteremos en una barca.

Y dicho esto, hicieron un barquito de papel en el que metieron al soldado, luego empujaron el barco y el soldadito se alejó por las aguas de un arroyo que se había formado por la lluvia.

"¡Dios mío! ¿Adónde iré a parar? - pensaba el soldadito -. La culpa de todo la tiene el muñeco verde de la caja sorpresa. Estoy seguro de que si estuviera a mi lado la hermosa bailarina no me importaría estar aquí."
El barco cada vez tenía más agua y se hundía más, porque era de papel. Al final le cubrió la cabeza al soldadito. Pensó que sería su final y sólo se acordaba de la bella bailarina que tampoco tiempo pudo ver. Creía haberla perdido para siempre. Poco poco, se fue hundiendo hasta el fondo del arroyo. Allí se lo tragó un gran pez que pasaba en ese momento. Durante un largo tiempo, se quedó a oscuras y en silencio. No sabía donde estaba, aunque tenía la esperanza de que alguien pescase el pez y lo rescataran. Estaba dormido cuando de pronto oyó una voz que le sonaba familiar:
- ¡Oh, mirad quién está aquí! ¡Es mi soldadito de plomo!
Era la voz de Carlos. El soldadito no se lo podía creer. ¿Cómo habría llegado hasta allí? La cocinera de Carlos había comprado el pez a un pescador. Enseguida el soldado se dio cuenta de que estaban sus amigos y su querida bailarina.
Su fortuna no duró mucho tiempo, ya que una ráfaga de viento hizo caer de nuevo al soldadito, esta vez a la chimenea, mientras se derretía, vio a su lado a su querida bailarina, que debió caer con él.
Nada más se supo del soldado y de la bailarina. Al limpiar la chimenea a la mañana siguiente, se encontraron un corazón de plomo y una rosa de lentejuelas. Era la señal de amor que había quedado entre el soldado y la bailarina.

(Adaptación del cuento de Andersen)

El ratoncito Pérez





Pepito Pérez era un pequeño ratoncito de ciudad. Vivía con su familia en un agujerito de la pared de un edificio. El agujero no era muy grande pero era muy cómodo, y allí no les faltaba la comida. Vivían junto a una panadería, por las noches él y su padre iban a coger harina y todo lo que encontraban para comer. Un día Pepito escuchó un gran alboroto en el piso de arriba. Y como ratón curioso que era trepó y trepó por las cañerías hasta llegar a la primera planta. Allí vió un montón de aparatos, sillones, flores, cuadros..., parecía que alguien se iba a instalar allí.


Al día siguiente Pepito volvió a subir a ver qué era todo aquello, y descubrió algo que le gustó muchísimo. En el piso de arriba habían puesto una clínica dental. A partir de entonces todos los días subía a mirar todo lo que hacía el doctor José Mª. Miraba y aprendía, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña libreta de cartón. Después practicaba con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy bien los dientes, a su hermanita le curó un dolor de muelas con un poquito de medicina... Y así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo famoso. Venían ratones de todas partes para que los curara. Ratones de campo con una bolsita llena de comida para él, ratones de ciudad con sombrero y bastón, ratones pequeños, grandes, gordos, flacos... Todos querían que el ratoncito Pérez les arreglara la boca.


Pero entonces empezaron a venir ratones ancianos con un problema más grande. No tenían dientes y querían comer turrón, nueces, almendras, y todo lo que no podían comer desde que eran jóvenes. El ratoncito Pérez pensó y pensó cómo podía ayudar a estos ratones que confiaban en él. Y, como casi siempre que tenía una duda, subió a la clínica dental a mirar. Allí vió cómo el doctor José Mª le ponía unos dientes estupendos a un anciano. Esos dientes no eran de personas, los hacían en una gran fábrica para los dentistas. Pero esos dientes, eran enormes y no le servían a él para nada. Entonces, cuando ya se iba a ir a su casa sin encontrar la solución, apareció en la clínica un niño con su mamá. El niño quería que el doctor le quitara un diente de leche para que le saliera rápido el diente fuerte y grande. El doctor se lo quitó y se lo dió de recuerdo. El ratoncito Pérez encontró la solución: "Iré a la casa de ese niño y le compraré el diente", pensó. Lo siguió por toda la ciudad y cuando por fin llegó a la casa, se encontró con un enorme gato y no pudo entrar. El ratoncito Pérez se esperó a que todos se durmieran y entonces entró a la habitación del niño. El niño se había dormido mirando y mirando su diente, y lo había puesto debajo de su almohada. Al pobre ratoncito Pérez le costó mucho encontrar el diente, pero al fin lo encontró y le dejó al niño un bonito regalo.


A la mañana siguiente el niño vió el regalo y se puso contentísimo y se lo contó a todos sus amigos del colegio. Y a partir de ese día, todos los niños dejan sus dientes de leche debajo de la almohada. Y el ratoncito Pérez los recoge y les deja a cambio un bonito regalo. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

FIN

El soldadito de plomo

El soldadito de plomo


Había una vez un juguetero que fabricó un ejército de soldaditos de plomo, muy derechos y elegantes. Cada uno llevaba un fusil al hombro, una chaqueta roja, pantalones azules y un sombrero negro alto con una insignia dorada al frente. Al juguetero no le alcanzó el plomo para el último soldadito y lo tuvo que dejar sin una pierna.Pronto, los soldaditos se encontraban en la vitrina de una tienda de juguetes. Un señor los compró para regalárselos a su hijo de cumpleaños. Cuando el niño abrió la caja, en presencia de sus hermanos, el soldadito sin pierna le llamó mucho la atención.El soldadito se encontró de pronto frente a un castillo de cartón con cisnes flotando a su alrededor en un lago de espejos.
Frente a la entrada había una preciosa bailarina de papel. Llevaba una falda rosada de tul y una banda azul sobre la que brillaba una lentejuela. La bailarina tenía los brazos alzados y una pierna levantada hacia atrás, de tal manera que no se le alcanzaba a ver. ¡Era muy hermosa!"Es la chica para mí", pensó el soldadito de plomo, convencido de que a la bailarina le faltaba una pierna como a él. Esa noche, cuando ya todos en la casa se habían ido a dormir, los juguetes comenzaron a divertirse. El cascanueces hacía piruetas mientras que los demás juguetes bailaban y corrían por todas partes.Los únicos juguetes que no se movían eran el soldadito de plomo y la hermosa bailarina de papel. Inmóviles, se miraban el uno al otro. De repente, dieron las doce de la noche. La tapa de la caja de sorpresas se abrió y de ella saltó un duende con expresión malvada.-¿Tú qué miras, soldado? -gritó. El soldadito siguió con la mirada fija al frente.-Está bien. Ya verás lo que te pasará mañana -anunció el duende.A la mañana siguiente, el niño jugó un rato con su soldadito de plomo y luego lo puso en el borde de la ventana, que estaba abierta. A lo mejor fue el viento, o quizás fue el duende malo, lo cierto es que el soldadito de plomo se cayó a la calle.El niño corrió hacia la ventana, pero desde el tercer piso no se alcanzaba a ver nada.-¿Puedo bajar a buscar a mi soldadito? -preguntó el niño a la criada. Pero ella se negó, pues estaba lloviendo muy fuerte para que el niño saliera. La criada cerró la ventana y el niño tuvo que resignarse a perder su juguete.Afuera, unos niños de la calle jugaban bajo la lluvia. Fueron ellos quienes encontraron al soldadito de plomo cabeza abajo, con el fusil clavado entre dos adoquines.-¡Hagámosle un barco de papel! -gritó uno de los chicos. Llovía tan fuerte que se había formado un pequeño río por los bordes de las calles. Los chicos hicieron un barco con un viejo periódico, metieron al soldadito allí y lo pusieron a navegar.El soldadito permanecía erguido mientras el barquito de papel se dejaba llevar por la corriente. Pronto se metió en una alcantarilla y por allí siguió navegando."¿A dónde iré a parar?" pensó el soldadito. "El culpable de esto es el duende malo. Claro que no me importaría si estuviera conmigo la hermosa bailarina."En ese momento, apareció una rata enorme. -¡Alto ahí! -gritó con voz chillona-. Págame el peaje.Pero el soldadito de plomo no podía hacer nada para detenerse. El barco de papel siguió navegando por la alcantarilla hasta que llegó al canal. Pero, ya estaba tan mojado que no pudo seguir a flote y empezó a naufragar. Por fin, el papel se deshizo completamente y el erguido soldadito de plomo se hundió en el agua. Justo antes de llegar al fondo, un pez gordo se lo tragó.-¡Qué oscuro está aquí dentro! -dijo el soldadito de plomo-. ¡Mucho más oscuro que en la caja de juguetes!El pez, con el soldadito en el estómago, nadó por todo el canal hasta llegar al mar. El soldadito de plomo extrañaba la habitación de los niños, los juguetes, el castillo de cartón y extrañaba sobre todo a la hermosa bailarina."Creo que no los volveré a ver nunca más", suspiró con tristeza. El soldadito de plomo no tenía la menor idea de dónde se hallaba. Sin embargo, la suerte quiso que unos pescadores pasaran por allí y atraparan al pez con su red.El barco de pesca regresó a la ciudad con su cargamento. Al poco tiempo, el pescado fresco ya estaba en el mercado; justo donde hacía las compras la criada de la casa del niño. Después de mirar la selección de pescados, se decidió por el más grande: el que tenía al soldadito de plomo adentro.La criada regresó a la casa y le entregó el pescado a la cocinera.-¡Qué buen pescado! -exclamó la cocinera.Enseguida, tomó un cuchillo y se dispuso a preparar el pescado para meterlo al horno. -Aquí hay algo duro -murmuró. Luego, llena de sorpresa, sacó al soldadito de plomo.La criada lo reconoció de inmediato.-¡Es el soldadito que se le cayó al niño por la ventana! -exclamó.El niño se puso muy feliz cuando supo que su soldadito de plomo había aparecido. El soldadito, por su parte, estaba un poco aturdido. Había pasado tanto tiempo en la oscuridad. Finalmente, se dio cuenta de que estaba de nuevo en casa. En la mesa vio los mismos juguetes de siempre, y también el castillo con el lago de espejos. Al frente estaba la bailarina, apoyada en una pierna. Habría llorado de la emoción si hubiera tenido lágrimas, pero se limitó a mirarla. Ella lo miraba también.De repente, el hermano del niño agarró al soldadito de plomo diciendo:-Este soldado no sirve para nada. Sólo tiene una pierna. Además, apesta a pescado.Todos vieron aterrados cómo el muchacho arrojaba al soldadito de plomo al fuego de la chimenea. El soldadito cayó de pie en medio de las llamas. Los colores de su uniforme desvanecían a medida que se derretía. De pronto, una ráfaga de viento arrancó a la bailarina de la entrada del castillo y la llevó como a un ave de papel hasta el fuego, junto al soldadito de plomo. Una llamarada la consumió en un segundo.A la mañana siguiente, la criada fue a limpiar la chimenea. En medio de las cenizas encontró un pedazo de plomo en forma de corazón. Al lado, negra como el carbón, estaba la lentejuela de la bailarina.

Flautista de Hamelín



Ja, ja ,ja es un video muy divertido, una versión muy original.

El flautista de Hamelín






Hace mucho, muchísimo tiempo, en la próspera ciudad de Hamelín, sucedió algo muy extraño: una mañana, cuando sus gordos y satisfechos habitantes salieron de sus casas, encontraron las calles invadidas por miles de ratones que merodeaban por todas partes, devorando, insaciables, el grano de sus repletos graneros y la comida de sus bien provistas despensas.
Nadie acertaba a comprender la causa de tal invasión, y lo que era aún peor, nadie sabía qué hacer para acabar con tan inquitante plaga.
Por más que pretendían exterminarlos o, al menos, ahuyentarlos, tal parecía que cada vez acudían más y más ratones a la ciudad. Tal era la cantidad de ratones que, día tras día, se enseñoreaba de las calles y de las casas, que hasta los mismos gatos huían asustados.
Ante la gravedad de la situación, los prohombres de la ciudad, que veían peligrar sus riquezas por la voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y dijeron: "Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones".
Al poco se presentó ante ellos un flautista taciturno, alto y desgarbado, a quien nadie había visto antes, y les dijo: "La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón en Hamelín".
Dicho esto, comenzó a pasear por las calles y, mientras paseaba, tocaba con su flauta una maravillosa melodía que encantaba a los ratones, quienes saliendo de sus escondrijos seguían embelesados los pasos del flautista que tocaba incansable su flauta.
Y así, caminando y tocando, los llevó a un lugar muy lejano, tanto que desde allí ni siquiera se veían las murallas de la ciudad.
Por aquel lugar pasaba un caudaloso río donde, al intentar cruzarlo para seguir al flautista, todos los ratones perecieron ahogados.
Los hamelineses, al verse al fin libres de las voraces tropas de ratones, respiraron aliviados. Ya tranquilos y satisfechos, volvieron a sus prósperos negocios, y tan contentos estaban que organizaron una gran fiesta para celebrar el feliz desenlace, comiendo excelentes viandas y bailando hasta muy entrada la noche.
A la mañana siguiente, el flautista se presentó ante el Consejo y reclamó a los prohombres de la ciudad las cien monedas de oro prometidas como recompensa. Pero éstos, liberados ya de su problema y cegados por su avaricia, le contestaron: "¡Vete de nuestra ciudad!, ¿o acaso crees que te pagaremos tanto oro por tan poca cosa como tocar la flauta?".
Y dicho esto, los orondos prohombres del Consejo de Hamelín le volvieron la espalda profiriendo grandes carcajadas.
Furioso por la avaricia y la ingratitud de los hamelineses, el flautista, al igual que hiciera el día anterior, tocó una dulcísima melodía una y otra vez, insistentemente.
Pero esta vez no eran los ratones quienes le seguían, sino los niños de la ciudad quienes, arrebatados por aquel sonido maravilloso, iban tras los pasos del extraño músico.
Cogidos de la mano y sonrientes, formaban una gran hilera, sorda a los ruegos y gritos de sus padres que en vano, entre sollozos de desesperación, intentaban impedir que siguieran al flautista.
Nada lograron y el flautista se los llevó lejos, muy lejos, tan lejos que nadie supo adónde, y los niños, al igual que losratones, nunca jamás volvieron.
En la ciudad sólo quedaron sus opulentos habitantes y sus bien repletos graneros y bien provistas despensas, protegidas por sus sólidas murallas y un inmenso manto de silencio y tristeza.
Y esto fue lo que sucedió hace muchos, muchos años, en esta desierta y vacía ciudad de Hamelín, donde, por más que busquéis, nunca encontraréis ni un ratón ni un niño.
FIN